23 octubre 2011

La feminidad rota en Bonkei

Si el erotismo es ruptura y a la vez creación –como bien apunta Bataille– en Bonkei hay una formación de distintos sujetos erotizados. Los seres sexuales que María Eugenia López (La Plata, Argentina, 1977) presenta en este libro, crean rupturas de viejos paradigmas, rupturas eróticas para revelar el yo de cada uno de ellos. Travestis que devienen mujer, porque son mujer, se creen Cher, porque son Cher.

Bonkei permite mostrar el oscuro callejón de mujeres licenciosas como un hábito común del transeúnte, María tiene el poder de convertir —con su poesía— a las prostitutas en cortesanas francesas, en angelinas jolies. Las divas desterradas tienen cabida en nombres, en personas y espacios únicos.

Les presentamos una selección de poemas que conforman el libro, editado por Cohuiná Cartonera: Bonkei.

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Mademoiselle de Sablieu, madama en el cabaret Rambouillet, gorda y medio calva, ya no se preocupaba por el crecimiento de su barba. No era una linda anciana y nunca fue un lindo hombre. Pero decía que descendía de la mismísima Helena de Troya. Y si cuando se embriagaba era la hija no reconocida y anacrónica de Isabel I y María Estuardo, sobria se legitimaba repitiendo algo parecido a Gallia est omnis divisa in partes tris. Su apellido verdadero era Lemper y su nombre, como la conocían los desconocidos, Eva. Con su lengua materna, el alemán, estaba entronizada en un banco robusto de la barra. Le gustaba tocar a sus chicas, pero todos sabían que era virgen. Los lunes, miércoles y sábados se

reunía con un grupo escogido que la observaba mientras la bañaban manos extranjeras y ella decidía el destino de sus veinte chicas. Los viernes actuaba en el burdel y cualquiera

podría haber pensado que cantaba Armstrong. Pero nadie se reía. Y al bajar del escenarito, con dificultad, le decía al primer mozo que se le cruzaba, mientras agarraba algún vaso de alcohol: simulan que les gusta mi canto, pero sólo quieren ver mi corazón roto.

Un día se sintió cansada. Mandó llamar a todas sus chicas, mozos y otras gentes, les tendió su mano desde la cama ruinosa y les dijo: yo me voy, Francia se queda...

***

Olor a hombre mezclado con polvos y medias de red. Canta Cher. Se cree Cher. No sabe la letra. Es tan feliz ahí, en su escenario bajo tierra, que no se da cuenta de cómo se está rascando el trasero de red. Cuando termina, ve caer sobre sí rosas rojas, al público pararse y aplaudir, y a sus padres mostrando a todos la foto de la niña que se come los mocos, ella, la niña. Su amante la espera en la puerta del baño. Se lava la cara y las axilas, pero no se decide a salir a la calle. Ahí está, frente al espejo, y no se decide a salir a la calle. Se recorre, se aprueba y piensa. En unos años le gustaría quedar embarazada.

***

El brazo cae y sostiene la muñeca, que se vuelve cuervo, se vuelve cala, se vuelve angelina jolie. Las manos, las venas, se hinchan cuando cuelgan. El pelo blanco sirve de pantalla

de cine y se proyecta en su cara el trasero de alguien que pasa, o que queda. Una vez se masturbó mirando el History Channel. Estaba sentada en ese mismo sillón, con esa misma cara de nena y le florecía el pañuelo del pecho izquierdo. Disfrazada de hombre, el traje grande, no importaba cuánto lo ocultara o que no fuera primavera: le florecía el pañuelo en el bolsillo.


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